Bajaba tranquilamente por General Mola, o Principe de Vergara que con tanto cambio uno ya ni sabe por dónde pasea, camino de Goya tomándome un Colajet y es que había llegado el verano y debía reponer mis Victoria. Esa tarde iba a Jácara por primera vez y ya tenía los 501 marrones preparados para ser estrenados. En las terracitas las niñas tomaban TAB y hablaban de un grupo nuevo, Modestia Aparte; aunque me gusta, yo sigo fiel a Mecano y más ahora que había escuchado su disco en italiano en casa de un amigo, se lo había traído su hermano mayor del viaje de COU.
La verdad es que parece que era ayer cuando estaba jugando a la Bola Loca y colocando chinchetas verdes, rojas y amarillas cómo nos decía Mari Mar. Y ahora estábamos en la cola de una discoteca, eran las siete de la tarde y habíamos llegado hasta allí a bordo de nuestros zapatos, lo de la Vespino era para otros y de la NSR mejor ni soñar con ella.
Cuando uno entra en Jácara se queda impresionado, así es como queda un cine cuando le quitas los asientos. Entramos por General Pardiñas que suele haber menos jaleo porque en esta época ya nadie necesita el ropero. En frente estaba La Cuadra, aún recuerdo el cumpleaños de Marta Haendler, la verdad es que estuvo muy bien porque parecía un recreo del cole, pero ahora íbamos a una discoteca de verdad.
Allí estábamos Pepe, Mario, Carlos y yo; nos habíamos prometido amistad eterna y era complicado dos chicos que venían de la A, uno de la B y otro de la C que habíamos coincidido todos en 6º en la D y ahora en 1º de BUP tras diversos avatares nos enfrentábamos a una nueva etapa de nuestra vida, creo que al cruzar la puerta la infancia acabó para siempre y aunque en aquel momento parecía lo mejor de este mundo, lo cierto es que a veces la echo de menos.
Dentro se había hecho de noche y la música sonaba realmente alta. Las hombrearas y los pantalones pitillo poco a poco iban dejando paso a los pantalones rotos y los tupés, y en este mundo sin ética, donde solo nos queda la estética, la moda iba avanzando desde los pantalones campana hasta ahora.
Mis amigos bebían vodka con Mirinda, que decían estaba hecha con mandarinas y por eso era mucho mejor que Fanta; y a pesar de que la entrada, de 700 pesetazas, incluía una copa yo preferiré tomarme un San Francisco porque sino a la vuelta mis padres me pillarían, seguro que estaban despiertos viendo el final del Un, Dos, Tres.
Creo que bailamos algo, creo que hablamos con algunas chicas, pero no podría jurarlo todo pasó tan rápido; creo que ahí me enamoré del mundo de la noche (idilio que no he terminado de romper). A la vuelta nos pasamos por el Vips a comernos unas tortitas con nata, y a pesar de que me encantaron a día de hoy no he vuelto a pedirlas, eso quedará siempre ahí.
En Sainz de Baranda me despedí de ellos y subí las escaleras corriendo como hacía siempre y allí en la sala de estar estaban mis padres y mis hermanos viendo como Mayra le colocaba la Ruperta a una pareja (la verdad es que a mí, siempre me gustó más Botilde, eso de las calabazas…) les de di un beso y me fui a la cama, parecía un día más, pero no lo había sido.
PD: es un cuento hay cosas que son reales y otras que no; la primera vez que salí en serio a tomar copas fue por Juan Bravo con Mario, Carlos y Alfonso; yo juraría que había una parada de metro en Juan Bravo de la línea 9 y efectivamente existe, pero se llama Núñez de Balboa, así que cuando llegamos a Avenida de América nos bajamos y menos mal que Alfonso conocía la zona, primero fuimos al Vips de Velázquez a tomar tortitas con nata y depués subimos a Jano Bravo, pero al final nos quedamos en una terracita tomando un vodka con naranja (al menos yo, porque era una épopca en la que había que ayudar a la madre Rusia), nos daba vergüenza entrar en Keeper. Por si lo lee alguno de los aludidos.
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