jueves, 29 de septiembre de 2011

Pasta fresca con pistachos y salvia

Ayer hice por primera vez pasta fresca, con mi querida Monika de jefa de cocina, y he de deciros que es una pasada y encima está buenísimo. Pues allá va la peaso de receta que aprendí ayer.

Para preparar la pasta echaremos en un bol harina, un par de huevos, sal, aceite suave y un nada de agua (1/4 de vaso o menos); y ahora a amasar un poco dentro del bol para no poner todo perdido (aunque si sois profesionales podéis hacer el clásico volcán de harina). Cuando más o menos la bola esté compacta la sacamos del bol y empezamos a amasar sobre la mesada poniendo harina sobre la superficie que vayamos a utilizar y así unos diez minutos hasta que la masa esté bien uniforme, la dejaremos reposar unos minutos. Sujetamos bien la máquina de pasta a la mesa y empezamos a pasar la masa cortada en trozos más pequeños para que no nos salgan unos trozos kilométricos. Empezamos pasándola con la maquina puesta en el más ancho (1) y luego vamos estrechando, pasamos al 3 y al 5; aunque podemos dejarlo del grosor que queramos. Vamos colocando las tiras sobre un paño con harina para que se sequen un poco mientras vamos calentando el agua con un poco de sal y unas gotas de aceite, cuando rompa a hervir echamos la pasta que previamente hemos cortado en pappardelle (o como querías, incluso pasarla por la máquina y haced tallarines). Es muy importante controlar el fuego para que no hierva muy violentamente; y cuando empiecen a flotar los retiramos y los ponemos a escurrir con unas gotas de aceite para que no se peguen.

Por otro lado prepararemos la salsa, para ello ponemos a derretir una nuez de mantequilla y unos ajos bien picados a los que añadiremos hojas de salvia muy picadas y pistachos picaditos, corregimos de sal y voilá, una salsa estupendísima que combina increíblemente bien con nuestra pasta. En una bandeja disponemos la pasta y vertemos encima la salsa y terminamos con unas lascas de parmesano; ale a disfrutarlo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los recuerdos

Un buen día se sentó delante de su ordenar y allí estaban encerrados, como su rebeldía; eran los recuerdos de otros tiempos. Tanto había intentado olvidarlos que ahora vivían con él. Todas las mañanas al salir de casa cogía el reloj, las llaves y aquellos recuerdos.

Pero él ya había cambiado y no entendía porque le perseguían, por qué estaban allí una vez más y al ver su reflejo en el monitor se dio cuenta. Seguía siendo el mismo, no había aplicado los conocimientos que se desprendían de aquellas vivencias. Simplemente había hecho una lectura, siempre negativa, de ellos e idealizó un pasado que nunca existió. Dio por reales lo que no habían sido más que planes y se olvidó de la realidad, de aquellas tardes interminables, de la ilusión, de los nervios.

Y fue en ese preciso momento cuando se colocó el pelo y volvió a sonreír y con aquella sonrisa los recuerdos se transformaron como en el cuento de Cenicienta y aprendió tanto en una tarde como en sus tantos años de universidad.