miércoles, 8 de junio de 2011

Aquellos campamentos

Este es un post que empecé en verano y es que en el mundial se jugó un Alemania-Argentina; al igual que la final del 90 y lo que lo hace especial no es ese partido, sino que estaba de campamento y ahora vuelve a la actualidad porque la buena de Cartu organizó para el pasado sábado una reunión de todos los que fuimos a Jarandilla en el 91. El éxito de la reunión es que al igual que en los campamentos se creó un microcosmos y no había mundo más allá de aquellas mesas de la terraza de La Vuelta (El Tercio estaba cerrado). Me tuve que ir en lo mejor, ya habían empezado las copitas y los recuerdos y secretillos (prescritos todos) empezaron a aflorar.

Fue entrañable volver a verlos y eso que a unos cuantos los veo a menudo. Aquel verano fue el último que fui Camilo, luego empecé a ser Roberto y cuando volvió Camilo ya no era el mismo. Escuchar el famoso Camilo what a magreitor!! hizo volver a aquel Camilo, llamémosle naif, un pequeño baño de humildad temporal en unos días en lo que por lo visto lo único más grande que yo es mi ego.

En el verano del 89 fuimos a Pinofranqueado, curiosamente fue el primer campamento y del que más recuerdos tengo, era la primera vez que iba a estar dos semanas lejos de mi familia; comimos poco y lo pasamos increible. Ayudamos a construir una presa, JI me enseñó El Balneario y nunca dejé de escuchar al Pingüi, me pillé mi primera toña homologada y el mamón de Lavalle me metió la cabeza debajo de la fuente (y que a día de hoy me sigo preguntando cómo lo consiguió), decidimos pasar la noche al raso por una copita más (qué daño nos hizo aquella decisión de Martuca!!), recuerdo los registros de las tiendas el día de padres y como se sorprendieron de que a Pepe y a mi no nos hubieran traido nada y es que no contaban con lo zampabollos que somos, menudo atracón aquella tarde. Aprendí lo que era una poza y lo de bañarme en un río, pero sobretodo aprendí que había niños que no eran del barrio y la importancia de dar gracias a Dios por los dones que tratamos de compartir con ellos.

En el 90 en pleno Mundial volvimos a irnos de campamento, con esa dicotomía entre lo del año pasado y dejar de ver 3 partidos cada día; pero mi incipiente sociopatía pudo con mis ganas de fursbo. Ese año fuimos a León donde había una acequia con un agua que debía tener ciertos poderes o que las hormonas estaban desatadas del todo; surgieron mil parejas e incluso una de ellas pasaría por mítica. Ese año ya no éramos los pequeños y aún así algunos lo parecíamos, qué pavazo. Ese año el campamento casi se acaba antes por la piromanía de Nacho, aún recuerdo el comentario de Carlitos: "qué hacen esos salvajes? Por qué corren? Coño fuego!!!", campamento que empezó con su cumple y me consta que aun guarda al burrito Frodo, tengo fotos que lo atestiguan. De aquel campamento podemos decir que es la única vez en mi vida que ante la frase de "a por los rojos", era yo el perseguido y eso que mangar la botella de Pacharan parecía buena idea, este Mariete. Aquella queimada con los chicos del pueblo, fue una noche chula y un monton de recuerdos, aquel campamento acabo con un juicio sumarísimo al zorro y fuimos enjuiciados unos cuantos, al final acabamos todos en la acequia, gran prota de aquellos días.

Por fin en el 91 éramos los mayores, aunque francamente no sé bien cual era la ventaja; ese año volvimos a Extremadura, quizá de los tres fue en el que más se noto eso de que no existía mundo fuera de aquellas tiendas, se crearon grupos que perviven en la actualidad. Yo me iba a vivir a la Sierra y pensaba que nunca volvería a ver a ninguno, por suerte qué equivocado estaba. Empecé a ser contestatario, a jugar al mus en cuantico tengo un segundo, a ser un pelín facha, a pasarme horas hablando con una niña solo por el placer de escucharla (definitivamente son mucho más brillantes que nosotros), a valorar como único realmente importante, a tu gente.

Conviví con un montón de gente a la que aprecio sinceramente o al menos cogí mucho cariño en ese momento; no quiero personalizar poniendo nombres, pero por encima de todo hay que dar las gracias a los monitouers, chicos (a día de hoy diría niños) que se metían en un tinglao de flipar, y con los que aprendimos a cultivar tantos valores que definitivamente no tendríamos nada que ver con lo que somos hoy en día.

lunes, 6 de junio de 2011

Tarde

Allí estaban, una tarde más en una de esas terrazas de la gran ciudad. Esas que son un remanso de paz en medio de la vorágine del tráfico. Apuraron sus copas y se apresuraron a llegar a la parada del autobús, y allí como siempre se separaron con un beso, prometiendo volver a verse pronto.

Él se alejo sin girar la cabeza, aunque lo estaba deseando, quería que aquella tarde hubiera sido diferente, en realidad con que aquel abrazo hubiera durado un segundo más... En su cabeza se agitaban conversaciones que no fueron, besos que no existieron; tantas fantasías, tantas locuras que sonrío para sí tratando de borrar aquellos pensamientos. Ella era tan especial.

Ella estaba allí viendo como se alejaba, sin mirarla una vez más; lo vio coger el taxi y alejarse. Era tan diferente de todos, y siempre podía recurrir a él, tantas veces le había llorado en el hombro que ya no podía contarlas; notar la fortaleza de su cuerpo en cada abrazo que le daba, la hacía sentir segura y se sorprendió a si misma sonriendo. Él era tan especial.

Esta mañana mientras leía en el periodico el terrible accidente; repasaba cada fotograma de aquellos últimos segundos y hasta notó su olor, sintió el roce de su piel, el calor de su voz; pero nada de aquello era verdad y lo sabía. La única verdad eran aquellos besos furtivos en una noche estival y que nunca volverán.