Allí estaban, una tarde más en una de esas terrazas de la gran ciudad. Esas que son un remanso de paz en medio de la vorágine del tráfico. Apuraron sus copas y se apresuraron a llegar a la parada del autobús, y allí como siempre se separaron con un beso, prometiendo volver a verse pronto.
Él se alejo sin girar la cabeza, aunque lo estaba deseando, quería que aquella tarde hubiera sido diferente, en realidad con que aquel abrazo hubiera durado un segundo más... En su cabeza se agitaban conversaciones que no fueron, besos que no existieron; tantas fantasías, tantas locuras que sonrío para sí tratando de borrar aquellos pensamientos. Ella era tan especial.
Ella estaba allí viendo como se alejaba, sin mirarla una vez más; lo vio coger el taxi y alejarse. Era tan diferente de todos, y siempre podía recurrir a él, tantas veces le había llorado en el hombro que ya no podía contarlas; notar la fortaleza de su cuerpo en cada abrazo que le daba, la hacía sentir segura y se sorprendió a si misma sonriendo. Él era tan especial.
Esta mañana mientras leía en el periodico el terrible accidente; repasaba cada fotograma de aquellos últimos segundos y hasta notó su olor, sintió el roce de su piel, el calor de su voz; pero nada de aquello era verdad y lo sabía. La única verdad eran aquellos besos furtivos en una noche estival y que nunca volverán.
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