lunes, 30 de abril de 2012

Una de Piratas

Cuando descubrieron que aquella isla no estaba en las cartas de navegación no podían hacer otra cosa que dirigirse a ella y explorarla, el capitán dio las órdenes oportunas y la nave fue virando su curso hasta enfrentarse al islote; el viento azotó la bandera negra de las dos tibias y la calavera y guió al barco hasta el mismo borde de aquel pequeño trozo de tierra en medio del océano. Se designó a siete hombres que se dividirían al llegar a la playa, entre ellos iba el pequeño O’Flaherty, un muchacho muy vivaz que siempre se presentaba voluntario y que francamente necesitaba pisar tierra firme. A nuestro amigo le tocó dirigirse al norte teniendo que atravesar lo más espeso de aquella infernal selva tropical, pero cuando peor lo estaba pasando algo le hizo tropezar, se volvió y descubrió que se trataba del borde de un cofre mal enterrado. Después de un rato de trabajo consiguió desenterrar el baúl y abrirlo, el espectáculo era increíble, no hay visto nunca nada tan hermoso, tan imponente, tan admirable… le faltaron los adjetivos para poder describirlo, todos se le quedaban cortos. Pero al tratar de moverlo se dio cuenta de que era absolutamente imposible que una sola persona pudiera trasladarlo ni un centímetro. Entonces empezó a pensar que podía hacer, sabía de sobra que si se iba en busca de ayuda nunca volvería a encontrar el lugar, así que decidió hacer un fuego para que sus compañeros vieran el humo y acudieran a ayudarle. Pasaban las horas y él se entretuvo pensando en qué pasaría con el botín; pensó que podía cambiarle la vida y tener dinero suficiente para disfrutar el resto de su vida en esa granja con la que siempre soñó en su lejana Irlanda, también pensó que a lo mejor por ser el grumetillo apenas le corresponderían unas míseras monedas. Pero pasara lo que pasara sería cuando el cofre estuviera en el barco y él pensó que aunque solo fuera por admirar esa belleza dorada merecía la pena permanecer junto al cofre lloviera o hiciera sol y procurar no separarse lo más mínimo, hasta poder llevarlo al barco y después ya se vería lo que le depararía la vida y así lo hizo, abrazado al cofre lo encontraron sus compañeros.

viernes, 20 de abril de 2012

El final del Campamento

Una gran metáfora para definir una tristeza sin consuelo es evocar el final de los campamentos, en unos días se creaba un microcosmos en el que se vivía lejos de la realidad de las clases y demás; pero pasados los años uno se da cuenta de que tan realidad eran unos días como los otros, pero tener que salir de allí y abandonar una vida diferente provocaba una tristeza que venía del vacio que se produce al perder un ritmo de vida, unas viviencias que cada día iban aumentando, unos descubrimientos, nuevos retos, ... Hoy en día a veces surge una realidad paralela y tu vida por unos días no tiene nada que ver con lo que es la vida en general y cuando la realidad te obliga a volver junto a ella como una amante celosa, hay un empeño constante en soñar cada noche con una excepción tan real como la cotidianeidad, tratando de aferarte a unos días que transforman definitivamente la vida, pero que no son más que unos días y sin embargo la cabeza te hace creer una y otra vez que esas horas no tendrán final y cuando se acaban y toca volver a la rutina diaria por la cabeza pasan como en un cinematógrafo antiguo imagenes puntuales que son recuerdos que siempre acompañaran tus pasos. Por eso cuando unos días especiales se acaban me acuerdo del final de los campamentos, y de esa sensación, ese nudo en el estómago y ese tratar de aferrar la punta de los dedos esos recuerdos hasta hacerlos casi reales y otra vez volver a tener todas esas sensaciones que te hacen diferente al resto del mundo. Siempre que alguién te coge de la mano y te lleva un por camino, siempre te hace sentir diferente por el mero hecho de solo recordarlo; por eso hay que agradecer con todo el alma todos esos paseos por el otro lado del camino de la vida.

jueves, 12 de abril de 2012

Fatetbatthenhat

Este nombre impronunciable corresponde a una estupenda receta turca que me ha resultado muy curiosa y que pronto haré. Lo mejor de este plato es presentarlo en una ensaladera de cristal, ya que se va haciendo por capas de diferentes colores y la presentación es muy chula. Cubrimos la capa inferior colocamos pan frito cortado en rodajas finas y encima del pan colocamos unas berenjenas también fritas, cubrimos con una salsa de yogur (yogur, pepino, ajo, limón, hierbabuena y aceite de oliva) y de momento tenemos tres capas una de color dorado, otra más negra (por la piel de la berenjena) y otra más fina verde clarito de la salsa y ahora vamos a por una roja con una salsa de tomate (muy despacito con tomate rallado, cebolla, sal, azúcar, pimienta, orégano, cominos, ajo y un toque de cayena) y al final decoramos con carne picada salteada con unos piñones y algo de perejil. Y a disfrutar como si estuvieramos en Estambul.

jueves, 5 de abril de 2012

El pasillo del metro

No la había vuelto a ver desde aquel día que la echó de su cuarto en la residencia de estudiantes; ella quería decirle tantas cosas ... pero él no quería escucharlas, desde aquella fría noche de invierno no había vuelto a verla y hoy, justo hoy, se la había cruzado en esos pasillos interminables del metro. Ella no debía de haberle reconocido su antiguo flequillo ya no era tal y su incipiente barriguilla lo camuflaban perfectamente; sin embargo ella, ella ... seguía igual.

Cuando llegó a casa jugó un rato con los niños, los bañó y acostó como hacía todos los días, sin que aparentemente nada hiciera pensar que era un día diferente. Como todos los días tras acostarlos se sentó a cenar com su mujer y como cada noche cenaron en silencio, sin intercambiar una solo palabra y en silencio se fueron a la cama solo que aquella noche en su cabeza había un ruido estruendoso, de idas y venidas de vidas vividas y otras imaginarias, de comparaciones odiosas, de reproches silenciosos, de amores que se habían ido, de otros que vivían en el cuarto de al lado, de ...

A la mañana siguiente sin apenas dormir cinco minutos; se fue al trabajo, después de besar a los niños y hacer un gesto de despedida a su mujer. Con la vorágine del trabajo no pensó en otra cosa que resolver todos los papeles que tenía encima de la mesa, pero cuando apagó el ordenador volvió a acordarse de ella y pensó, tal vez incluso deseó volver a encontrarsela; pero en el metro solo se encontró con las mismas caras anónimas de todas las tardes, sin embargo llegó a su casa con los mismos pensamientos que la tarde anterior.

Al día siguiente volvió a pasarle lo mismo y al siguiente del siguiente y ... pero nunca más volvió a cruzarse con ella; nunca se planteó indagar o buscarla, solo esperaba que el destino volviera a cruzarla en su camino, pero el destino tan caprichoso como siempre no lo hizo. Aunque lo hubiera hecho ¿qué habría hecho él? nada, simplemente hubiera agachado la cabeza y apretado el paso como aquella tarde y ¿hubiera sido por no enfrentarse a una conversación de la juventud? o ¿por no enfrentarse a su vida?