martes, 6 de octubre de 2009

Las tribulaciones de Camilo en China

Lo primero es pedirle perdón a Julio Verne por el saqueo, y lo segundo es que llevaba un tiempo pensando en escribir sobre aquellas 5 maravillosas semanas entre Tianjin y Pekín, lo cierto es que ahora se recuerdan con cariño y como algo genial, pero tuvieron su aquel.

Bueno empezaré por el principio, salimos con retraso de Madrid lo que era una alegría teniendo en cuenta que para la conexión en Amsterdam teníamos muy poco tiempo. Fue divertidísimo ver los folletos del aeropuerto y comprobar que de una puerta a la otra se tardaban 15 minutos y que nosotros disponíamos de 10, esa clásica escena de todas las pelis corriendo por el aeropuerto, parecíamos delincuentes y yo pensé como nos pare un policía a ver cómo le explicamos que perdemos el vuelo en 5 minutos, que era el tiempo que teníamos al final; yo tenía pensado decirle que era el Duque de Alba y que los discutíamos junto al fuego, pero al final la sangre no llegó al río y cogimos el avión a Pekín, con el corazón saliéndosenos por la boca, pero lo cogimos.

Por fin 10 horas después de estar en un sitio diseñado para alguien que mide 1,20m. estábamos en Pekín, todo nos impresionaba; los letreros, la gente, esos policías que me llegaban a la cintura, … Habían ido a buscarnos y nos llevaron a Tianjin, todo era diferente, en ese momento nos llamaba la atención hasta el color del césped. Nos dejaron en el hotel y nos dijeron que descansásemos que nos recogerían para cenar. Decidimos que lo mejor era hacerse al horario local cuanto antes y a las dos bajamos a comer al restaurante del hotel, nos decidimos por un arroz tres delicias que era lo más parecido al chino del barrio.

Ese primer día nos dieron una vuelta por Tianjin y nos fuimos a un acuario, muy chulo con un montón de peces distintos, con sus caminitos de madera y en estas estaba yo disfrutando del paseo cuando Riu Liu viene y me da una redecilla, y yo le pregunto para qué y me dice para pescar la cena … os podéis imaginar mi cara ¡¡estabamos en un restaurante no en un acuario!!

Al día siguiente después de una ligera reunión matutina, nos dijo Teresa Li, vamos a comer a un campo de futbol, que cosa más chula pensé yo. El sitio era curioso, se veía el campo, aunque hacía varios años que allí no se jugaba, pero bueno. Comida de Shanghái nos dijeron, desde entonces tengo apuntado no comer en Shanghái, os comento decidimos comer pollo, en plena gripe aviar por cierto, que retrasamos en viaje un par de veces por las recomendaciones de la OMS, pues bien allí estaba el pollo, estaban las salsas, pero a alguien se le había olvidado pasar el pollo por el horno. ¡Pollo crudo! Y ¡entero! Ahí estaba con su cresta y su pico mirándote, lo probé y efectivamente sabía a pollo crudo una tela, queridos; así que allí estaba yo comiendo pollo crudo para no ofender a nuestros anfitriones.

Estuvimos viendo las grandes obras de infraestructura de la ciudad, fuimos al puerto que era realmente impresionante, con un montón de grúas Post-Panamax, y fuimos a comer, cosa que yo ya había empezado a temer, y la verdad es que estaba todo muy bueno, pescadito, cigalas a la plancha con algo de picante, langosta cocida (lo especifico porque no siempre era así, ya os contaré) y de repente unas gambas que tenían una pinta, vamos para tocarles palmas, cojo mis palillos (después de dos días Teresa ya me dejaba usarlos, al principio me obligaba a tirar de tenedor que me daba la sensación del niño pequeño al que no le dejan el cuchillo) me meto la gamba en la boca y noto un sabor extraño, y le pregunto a Riu ¿estas gambas? Y sin despeinarse me responde: “gambas en almíbar” Os podéis imaginar mi cara, pero por favor que eso son los melocotones, ¿a alguien le falta una hoja de su libro de cocina?

Otro día fuimos a ver las obras del metro, lo que más me impresionó fue que por lo visto se descapitalizaron y pusieron un anuncio para que voluntarios fueran a echar una mano a la obra, vamos el clásico a picar piedra y aparecieron 2.000 tíos de media durante 14 días, igualico que en España, pensé yo. Ese día fuimos en el que celebraban las bodas de la alta sociedad y vaya tela, ese rojo, ese dorado; esta claro que la alta sociedad de aquí podría vivir feliz en Bronstoles, los salones de boda son muy parecidos.

Los findes nos íbamos a Pekín, el primero me dejé el móvil y el pasaporte en Tianjin, y fue realmente complicado conseguir una habitación sin documentación, pero bueno conseguimos una y nos lanzamos a hacer lo que hace todo el mundo en Pekín comprar en mercadillos, me llevé de todo y aún me arrepiento de no haber pillado aquellos 10 polos a 10 euros. De todas maneras de Pekín me llevo mil cosas: la ciudad prohibida, gente vestida como cuando Mao, el club Suzie Wong (un antiguo fumadero de opio en el que tomábamos tequila tumbados), la Gran Muralla (están locos estos romanos), el pato laqueado (no hay nada comparado con el que tomas allí), los monjes budistas, volar cometas en Tianmen, …

Pero como cada domingo por la tarde había que volver a Tianjin, recuerdo la primera vuelta, sin móvil y sin pasaporte, me bajo a recepción y le digo a la chica de recepción: me pides un taxi para la estación de tren y me dice ¿para cual? No sé cómo no había caído en la posibilidad de que en una ciudad de 17,5 millones de habitantes cabría la posibilidad de que hubiera más de una estación; ese día volví en autobús. Recuerdo lo pequeñito que me sentí metido en un taxi al que le había dado las indicaciones otra persona y que me estaba llevando a dónde el considerara oportuno y con quien era imposible comunicarse, está claro que somos un punto en el universo, en eso momento absolutamente nadie sabía dónde estaba yo, ni tan siquiera yo mismo y no os voy a engañar da bastante vértigo.

Lo curioso fue al llegar a Tianjin, pensé en cuanto vea algo que me suene me bajo y después de dar mil vueltas por la ciudad, el autobús se para y se baja todo el mundo y yo pensé bueno un taxi y al hotel. Me acerco al primer taxi y le digo “Hyatt Hotel”, el tío me mira con cara de “pero a este que le pasa en la boca” y decido marcar más la pronunciación “jayat jotel”. Después de varios intentos el tío sale del taxi y empieza a llamar a compañeros; os podéis imaginar la escena: en una parada de taxis un tío de dos metros y seis o siete chinos de metro cincuenta, de foto. Era buenísimo, ahora me río en aquel momento casi me echo a llorar, venía mi taxista y me hacía un gesto como para que repitiera el nombre, yo decía jayat jotel de todas las formas que se me ocurría y entonces ellos hacían un circulo y se ponían a discutir y al rato venía uno y me hacía repetir. Así hasta que me acorde de que llevaba una factura del hotel en el traje (mira que me quejé de aquella reunión en la embajada un sábado, pero me salvo) y le enseño el papel y me dice: jayat jotel; casi lo mato; pero contra todo pronóstico esa noche dormí en el hotel.

De vuelta en Tianjin seguí con mi, llamemos sorprendente, ruta gastronómica os voy a contar cuatro detallitos para que se os haga la boca agua y os llene de envidia. Un día Teresa Li me pregunta si me gusta la fondue y yo dije que clara que sí tanto la de queso como la de carne; y me llevo a un restaurante coreano diciéndome que era muy parecido; lo mismito vamos, era un perolo de agua hirviendo y unas tiras de carne, que yo quiero pensar vacuno aunque tratándose de un coreano … y la gracia era coger la carne con los palillos, procurar que no se te escaldara la mano y luego echarle a la carne cocida una salsa de soja, lechuga y una hoja de hierbabuena, la clásica fondue que te puedes tomar en la ciudad viaja de Berna. No todo era así había unas brochetas de sepia con sésamo que tenían su puntito. Otro día Teresa que ya estaba desautorizadísima, me propuso ir a comer a un restaurante español. ¡¡¡Vaya tela!!! Lo dejaremos en curioseras, un montón de platos “españoles” y en medio de la comida unas tostadas de mantequilla y mermelada, la clásica comida de domingo en cualquier hogar de Castilla. Luego pensé que seguro que los chinos cuando vienen aquí a un restaurante idem pues …

Otro día fuimos a comer Langosta a uno de los mejores sitios, me dijeron que era cruda, yo ya no me asustaba por nada, eso pensé yo. Pues una vez más consiguieron sorprenderme, la pobre langosta que tenía su cuerpo picadito alrededor de ella todavía movía las antenas cuando llegó a la mesa y me explicaron que eso es lo que hace que un sitio sea bueno que la langosta mueva las antenas, como decían en El Diario de Bridget Jones: raza cruel.

Mi querido Riu Liu (al que yo en Madrid llevé al 5 J’s) me dijo que si me apetecía pato y ya os conté lo que me molaba, así que fuimos a uno de los sitios míticos y bueno ahí andamos con los clásicos mil platos de una comida china, su clásica sopa de mercurio incluida (es para verla yo me negué a probarla, es que era tal cual mercurio); en una de esas me acercan un plato con una salsa amarilla y digo yo a ver; ¡¡acojonante!! Llegué a echar de menos el pollo del segundo día. Y me pregunta ¿te gusta? Y yo, bueeeeeno; y me dice “pato” y yo “¿qué pato?”. Y entonces con toda la tranquilidad que le caracteriza me explica que son las membranas de las patas de un pato con mostaza; tócate los … mariloli. La textura, el sabor, … una alegría tras otra vamos.

No todo era disfrutar en la mesa algún que otro día nos fuimos de copas y os digo que fue increíble, primero estuvimos en un garito de copas muy al estilo de aquí, jugando a los dados y el que palmaba bebía; luego un discotecon con sus gogos y todo y a las tres y media o por ahí nos cambiamos de sitio, yo pensé que a otra discoteca, pero no fuimos al garito de los mundos. Una pasada era un edificio de varias plantas, entrabas y para una lado iban las chicas y al otro los tíos, pasabas a unas taquillas y dejabas la ropa para ir a un blaneario urbano de la leche con todo tipo de apechusques, me encantaban las tumbonas dentro de una piscina de burbujas en frente de una pantalla de cine, si hubiera entendido el chino ya me habría vuelto loco. Un poquito de sauna, un poco de nebulizada, … y sobre todo que allí estábamos todos desnudos y es muy bueno para el ego de un occidental; aún hay una inscripción mía “a Mr. Trípode con cariño”.

Después pasabas a otro cuarto donde te daban un pijamita de Ralph Lauren, como no podía ser de otra manera, y ya subías a otro piso donde te juntabas con las chicas y había barras para tomar copas, salas de cine, salas para dormir, billares, comida de todo tipo, masajes, … me pareció una virguería. Y lo más gracioso es que todos con nuestro pijamita por aquella ciudad del ocio en un solo edificio. A la mañana siguiente pasamos por el spa y a currar.

Vamos una experiencia en toda regla y no os voy a engañar a pesar de todas las coñitas estoy deseando volver y recomiendo a cualquiera que se lo plantee que se pase por allí y disfrute de la locura de cada cruce con todos los giros permitidos y mil bicis, aunque en Pekin ya queden menos.

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