Estaba tratando de convencerme de que era lo que debía hacer, pero si era tan correcto porque me sentía tan mal; había hecho lo correcto, para lo que me habían educado, pero cuando la policía se llevo a Mijail sentí una presión en el pecho como nunca antes.
Me quedé sentado en la cocina mirando a través de la ventana el Lada que el Partido me había entregado por mi nuevo cargo, pero se habían llevado a Mijail; cogí distraídamente unas ciruelas mientras iba a ponerme el traje para dirigirme a mi nuevo despacho en el Polit Buró, tratando de recordándome a mí mismo todos los desvíos capitalistas de Mijail, pero solo conseguía recordar cuando jugábamos juntos en la Plaza de los Teatros y todas las aventuras que corrimos en aquel jardín.
Gracias a mis influencias conseguí saber el Gulag en el que estaba el otrora amigo de la infancia, le dejé mil mensajes pero no respondió a ninguno y la zozobra se convirtió en una compañera más en mi vida, me centré en mi trabajo y en el servicio al Partido.
Hoy hace casi veinte años de aquello y un tocayo de mi amigo nos habla de la Glasnost y le da la vuelta a una vida guiada por los principios aprendidos en la niñez y de repente la Revolución no tenía sentido y entonces ¿tenía sentido mi vida?
Y ese día de repente la acción que había marcado mi vida dejaba de tener sentido, ese día de repente ya no era lo correcto y todo mi orden de valores se desmoronaba, toda una vida dedicada a tratar de convencerme de que debía hacer lo correcto y sobre todo que un día tomé la decisión que el Partido y la Revolución esperaban de mí y de un plumazo, un tipo al que ni conocía, lo barrió y convirtió aquella acción en algo despreciable, una conclusión que llevaba negándome tantos años.
Estaba claro que no podía hacer otra cosa que coger mi pistola reglamentaria y…
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