Era una fría noche de Septiembre del 95 con un Galapagar en fiestas, nosotros tratábamos de calentarnos a base de copitas ya que habíamos salido abrigados únicamente con la Bomber que llevábamos al revés para que el forro naranja nos hiciera fácilmente reconocibles en la distancia.
Como siempre a las tres de la mañana nos encaminamos a la plaza de toros para disfrutar de la clásica Vaquilla del Aguardiente; Galapagar como pueblo taurino que es, en sus fiestas además de encierros y corridas de toros por las noches para el divertimento de los mozos soltaban unas vaquillas y el valor se demostraba consiguiendo chupitos de anís (nunca entendí bien el nombre) que servían en un chiringuito que había en el centro de la plaza esquivando los cuernos de los pequeños morlacos.
Allí estábamos los de siempre Iván, Jorge, Tote, Dudu, Fer, Oscar y Super, por turnos íbamos bajando de dos en dos a surtir al grupo de chupitos; algunos iban directos a por su objetivo cuando la vaca estaba en el lado opuesto de la plaza y otros nos regodeábamos más, haciendo correr la adrenalina por nuestras venas.
En un momento que sentí seca mi garganta me decidí a bajar a por un poco de ese anís que tantas alegrías nos había proporcionado y cuando estaba haciendo el chorra disfrutando de la sensación de la arena taurina bajo mis pies noto como me agarran por la espalda y veo como nos acercamos a la vaquilla; yo pensé que se trataba de Oscar, pero nos estábamos acercando demasiado, así que giré mi cabeza y vi que no se trataba de Oscar sino de un chavalote, del que ahora no recuerdo el nombre, que es el clásico que recorta a la vaca, la toca, la salta, … así que no os voy a engañar me acojoné.
Cuando estábamos al lado de la vaquilla el tío me soltó y salimos corriendo cada uno en una dirección, y yo iba pensando “por Dios, por Dios que le este persiguiendo a él”, pero cuando giré la cabeza vi como aquel enorme bicho negro me iba pisando los talones, apreté la carrera pero al momento volví a girarme y comprobé que era más rápida que yo.
En estas estaba corriendo todo lo rápido que podía mientras notaba el aliento de la vaquilla en el cogote, cuando se me vino a la cabeza una de esas ocurrencias geniales que te hacen cambiar la vida: “y si le hago un contrapié”, el concepto era sencillo echo el cuerpo hacía la izquierda y en movimiento rápido y brusco salgo disparado a la derecha.
Pero como en todos los planes perfectos algo había de fallar y en este caso fueron mis rodillas, cuando hice el gesto brusco me fallo una rodilla y se fue al suelo. Allí estaba yo en una genuflexión perfecta y con los brazos extendidos, como un torero lleno de arrojo y temeridad, una imagen perfecta de la valentía española sobre el albero, aunque la realidad fuese bien distinta. La vaca paso por delante de mis narices siguiendo la trayectoria que traía. Prácticamente pude oír como la plaza entera contenía la respiración en un momento de contenida emoción y un segundo después rompía en aplausos, con oles y gritos de torero, torero; pero estos fueron acallados por otros de Butanito, Butanito, Butanito, mote que me acompañó bastante tiempo; ya a salvo en el burladero mis amigos me abrazaban mientras un vecino le decía a Iván “¡¡¡vaya huevos tiene tu amigo!!!” y él le respondía hinchado por el orgullo:“no es mi amigo, es mi primo”, aunque pensaba “y los tenía de corbata”.
Y así es como acabo una de mis noches de mayor gloria taurina, aunque hay otras esta es sin duda la más grande y la que me dió el nombre de "el Niño der Butano".
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