Mi perrillo, era acojonante; sin lugar a dudas la mejor mascota que nadie puede tener, de hecho ahora mismo escribiendo estas líneas tengo un nudo en la garganta. En cualquier caso estoy tranquilo porque como en la peli de Disney, todos los perros van al cielo.
Llegó a casa un sábado, lo trajeron mis hermanos; unos vecinos querían regalarlo, era el último de la camada de la chica que trabajaba en su casa y no sabían qué hacer con él. Mis padres les dijeron que no querían perro ni nada que se le pareciese y nosotros recordamos aquella famosa frase de cuando vivíamos en Madrid: “en un piso no se puede tener perro, si viviéramos en un chalet…” Pero vinieron con no sé qué historia de las plantas, así que mis hermanos compungidos tuvieron que devolver aquella bolita blanca a los vecinos.
Lo cierto es que nos pasamos toda la sobremesa del domingo poniéndole nombre al perro y ya cuando mis hermanos dijeron que pobre perrito, que ahora estaría vagabundeando por la calle, y mi madre dijo: “es que me miraba con unos ojillos”; estaba claro que el lunes 18 de Enero de 1993 iba a ser el primer día del Scottie en casa.
Cuando llegó a casa recuerdo la frase de mi padre cuando entró en el salón: “fíjate bien en todo esto porque nunca más vas a volver a entrar aquí” y efectivamente no volvió a entrar básicamente porque no salía del salón. Aquella noche fue increíble y me sirvió de entrenamiento para lo que he vivido hasta fechas bien recientes, parecía que se dormía, pero según empezábamos a subir las escaleras se ponía a llorar y eso que hicimos lo de envolver un despertador con una manta para que le parecieran los latidos de su madre; total que no dormimos nada, pero el perrillo estaba con nosotros y para siempre.
Hay mil anécdotas, una de las más sorprendentes ocurrió a las pocas semanas de estar en casa y es que estando mi madre cocinado abrió el horno, ya precalentado y el perro acercó el hocico y obviamente se quemó y estaba ahí quejándose cuando vio como mi madre se acercó al horno para meter la bandeja y con mucho cuidado la mordió del pantalón tratando de que mi madre no se acercara al horno, ya veis un mesecito y ya estaba cuidándonos.
Cuando mis padres se fueron a Argentina estuvo tres días sin comer y siempre se recostaba en lo fregado en verano; me encantaría volver a darme un paseo por el campo con él como hacía por las noches, fumando un cigarro y viéndole corretear a mi alrededor. Lo cierto es que nos dio muchas alegrías y quiero pensar que nosotros a él; era el único perro que no comía pan solo, había que untárselo y no de cualquier cosa, solo paté del bueno y quesos con clase y solo comía salchichón de Vic o ibérico, las uvas peladas, … Hoy hace cuatro años que nos dejó, y le sigo echando de menos siempre se acercaba cuando te veía triste y siempre conseguía que al final sonrieras.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario